martes, 11 de octubre de 2011

UN POBRE EMPATE, POR CULPA DEL “TOQUE, TOQUE”

UN POBRE EMPATE, POR CULPA DEL “TOQUE, TOQUE”
Ricardo Araya Maldonado
Periodista y escritor





El árbitro dio el pitazo inicial y los jugadores antofagastinos iniciaron las acciones con -a lo menos- ocho toques cortitos; tanto que retrocedieron hasta el área de su propio arquero. Ese fue el primer indicio que no sería una tarde feliz, sabiendo que Naval había ganado y los pumas necesitaban vencer a Copiapó para mantener la diferencia de 10 puntos.
Nunca la oncena local se sintió cómoda, ni siquiera las dos veces que fue en ventaja en el marcador, porque en general todo el equipo cumplió un pobre actuación, exceptuando al arquero López, que se mandó tres atajadas que eran goles cantados en el primer tiempo y alguna otra en la segunda fracción, ante una defensa que fue zarandeada por todos lados, notándose la ausencia del experimentado jugador Barra. Precisamente, el primer gol visitante, fue un grueso error defensivo, debido a esa adicción al “toque, toque” aún en plena área chica, en vez de reventar el balón para salvar cualquier situación conflictiva.
A esa porfiada manía del excesivo toquecito intrascendente, se sumó –obviamente- la falta de profundidad; la excesiva centralización del juego; la desubicación en todas las líneas, la debilidad en la marca y la diversidad de errores técnicos y para todos los gustos, como no saber bajar un balón, pegarle defectuosamente, o ignorar cómo utilizar el cuerpo y los brazos en balones divididos; imposibles de corregir en jugadores ya hechos.
Como es sabido, si no anda bien el jugador Escudero, el equipo queda a merced de “a lo que salga”. Y como su cometido fue un desastre –tanto que debió ser sustituido- el equipo hizo agua en la mitad del campo, allí donde se ganan y se pierden los partidos.
Y si Copiapó no se llevó los tres puntos, fue por pura impericia técnica, porque en cada ataque visitante, se derrumbaba la estantería puma y nadie pensaba en la inmensa diferencia de 36 puntos en la tabla de posiciones, entre el puntero y el colista.
Este colista, irremediablemente condenado a tercera división, conducido por un viejo conocido. El flaquito Ibarra, experto en vender pomadas, desenrrollar culebras y sacar la suerte con los naipes, que estuvo muy activo durante todo el partido, gritando, incentivando, reclamando, etc. En cambio, acá se empotraba en la banca y no lo sacaban ni con una grúa del Puerto.
Al final, el empate 2-2 ante el colista, fue poco premio para el equipo copiapino. Y sin marca, ni creación en el mediocampo, Antofagasta fue un equipo sonámbulo. Aparte que nadie grita, -para hacerlos reaccionar, tocarles el amor propio o mandarle saludos a la mamá de quienes la embarran- por la carencia endémica de un líder curtido en mil batallas.
Ante un equipo tan mal parado en la cancha, miraba insistentemente el reloj, para que terminara el sufrimiento y conformarme con un mísero puntito, porque así como sucedían las acciones, rondaba el triunfo de Copiapó en cualquier instante, cuyos delanteros ingresaban hasta la cocina “como Pedro por su casa”.
Inexplicable resultó el cometido de la oncena puma, que se veía un elenco bien estructurado, sólido e incluso derrochaba galanura por largos pasajes en otros partidos, con tranco seguro de campeón.
Se acortó la distancia a ocho puntos y aparecieron las dudas, en cuanto a que sin la tradicional alineación titular, sumado al bajo rendimiento de otros jugadores que son fijos en el equipo, los antofagastinos pasan a ser un cuadro común y corriente. De esos que abundan en la medianía de la tabla de posiciones.
Yo te quiero ver campeón…pero así, con tantos toquecitos cortitos, no se consigue nada.